VIAJES ESPECIALES
Vivir en la biografía de otro. Asumir sus pasos como si éstos fueran los pasos propios, pasos comunes, pasos decisivos. Acudir a ello con la duda evidente de si estaré allí, desafiante, porque necesito urgentemente de ese estado de ánimo, o porque ése es mi propio estado de ánimo. Un juego incompleto (ahora lo sabemos) para una larga vida completa. Una araña de vidrio, transparente, para una telaraña virgen e insatisfecha. Contra el estado de ánimo siempre, contra el estado de ánimo. Sorprendido de que otros, justo al lado, pierdan el tiempo comentando el mundo.
Y luego, pasado un tiempo, la suave decisión de la locura. Primera elevación del cuerpo, sobre el virus material de la vergüenza, sin apenas ayuda de herramientas; primera educación de la filosofía sin la necesidad, ¡jamás!, de magisterio. Porque cuando Wink, nuestro extraño profesor austriaco, nos habla de la locura, de la intensa posibilidad de la locura, no está jugando, como hacen otros, a hacerse el loco: la locura, bien sabe Witkinstein, es una contingencia, una amenaza. Y, si nada ni nadie lo remedia, uno acaba comiendo golosinas de su mano. ¿Se necesita un grave trastorno para abrazar su insistencia, o sirve con uno más pequeño, elemental, casi mínimo? Un loco entonces, ¿a tiempo parcial, ilustrado, civilizado, a tiempo completo?
En especial me gusta (dado mi estado actual) este magistral apunte:
“Puesto que cuando escribes te parece difícil decir que quieres verme, ¿por qué deberías verme? Quiero ver gente que quiera ver; y si llega el momento (y quizá llegue pronto) en que nadie quiera verme, creo que no veré a nadie”.
A menudo tengo esta sensación o, cuanto menos, una muy parecida. Creo que voy a vivir el resto de mis días con muy poco, con sólo lo justo y necesario. O que acabaré corriendo la maratón como un atleta desesperado.

Después de las visiones compartidas, nuestro extraño profesor austriaco sufre una irradiación sorprendente, definitiva, que anuncia la llegada inesperada de un Mesías y que, veloz y eficaz como nadie, corre a compartir con sus discípulos:
“Hoy podría dar una nueva regla que nunca se haya aplicado, y aun así fuera comprendida. Pero, ¿sería eso posible si ninguna regla se hubiera aplicado jamás?”
Pero, lo que realmente me hace perder por completo el contacto con la realidad, lo que me obliga de verdad a cruzar esa incierta y engañosa línea, a seguir una regla, es cuando Wittgenstein, inspirado, anticipando los datos nefastos del actual proceso de globalización económica, señala a los culpables verdaderos de nuestro crimen moderno:
“Podría ser que la ciencia y la industria, y su progreso, fueran lo más perdurable del mundo moderno. Quizá cualquier especulación acerca de un inminente hundimiento de la ciencia y la industria sea, en el presente y en un futuro a largo plazo, un mero sueño; quizá la ciencia y la industria, habiendo provocado infinitas calamidades en el proceso, unirán al mundo; quiero decir que lo condensarán en una sola unidad, en la que la paz será lo último que encontremos. Pues la ciencia y la industria deciden las guerras, o eso parece”.
¡Qué cosas! Un mundo condensado en una sola unidad, en la que la paz es imposible, dice nuestro profesor austriaco. Nada más lejos de nuestra tranquila y virtuosa realidad, ¿no creen? ¿Quién no diría, según esta declaración irresponsable, que Wittgenstein no sufría de alucinaciones?
Lo más enigmático, sin embargo, lo más importante que heredará nuestro futuro después de todo esto, de nuestro andar haciendo y deshaciendo los caminos, a pesar (o por ello mismo) de la ciencia y de la industria y su progreso, será un misterioso rastro que nadie acertará a descifrar con éxito, un símbolo sin fondo o un signo sin medida que muy pocos, casi ninguno, percibirán con sentido.
Hay muestras inquietantes, pegajosas, definidas con infames etiquetas, que se evaporan como gas en el aire. Yo mismo, por ejemplo, soy una muestra particular de mi especie, una muestra deficiente, de acuerdo, pero no informo absolutamente de nada. ¿Me señalarán acaso como prueba concluyente de que nada podrá salvaguardarse? Clifford D. Simak lo expresó poéticamente:
“Sin embargo, a pesar de las mesuradas conclusiones, hay aún algunos que ven en el hombre un antiguo dios, un viajero procedente de alguna tierra mística o de otra dimensión, que vino a este mundo, se quedó entre nosotros, y nos ayudó y volvió al fin a su lugar de origen”.
Por otra parte, poco a poco, casi sin esfuerzo, se me va quedando cara de idiota.
2 comentarios
Anónimo -
Cayetano -
Abrazos